Daño colateral

Ha pasado algún tiempo desde la última vez que monté en un bus de estos (B70, motor frontal, pasaje a 900 pesos) y como siempre recorrí el camino hasta el último puesto desde donde toda la vida me he sentido cómodo, abriendo huecos en la nuca de las personas intentando adivinar sus historias, sus pesares, y el porqué de la mirada grís siempre más alla de la ventana; hoy sin embargo estoy demasiado cansado, asi que me quito las gafas y al perder el largo rango de mi vista me toca mirar hacia adentro y trato de adivinar mi historia, mis pesares y el porqué toda la vida he preferido los últimos puestos de la fila donde nadie puede mirar sobre mi hombro. Me sorprendió, en mi historia lo frágil que han sido siempre las amistades, lo delicadas que son las promesas, lo impertinentes que fueron las lágrimas, y lo patético de los rencores, y bendije lo infantil de mi memoria como al mismo tiempo maldije mi propia terquedad; me sorprendió también lo difícil que se me hace pedir perdón cuando no me arrepiento de lo que he hecho, simplemente lamento si alguna vez lastimé a alguien pero muy seguramente lo hice persiguiendo algo que consideraba más valioso, el bien justifica los medios, al fin y al cabo no han sido pocas ni mal escuchadas las noches en que me dormí tras los susurros de una época de guerras y los discursos del sabio Nicola M, si al final de la historia el fin justificará las consecuencias, esa será, por ahora, una cuestión de mánticas y adivinos, yo prefiero moverme en el mundo físico, el de lo tangible, con la crueldad de los giros y lo disímil del comportamiento humano, ahi es donde más cómodo me siento, frente a lo incongruente y al muro de lo insoportable ergido por el orgullo. ¿He de pedir perdón por los males inflingidos?, no lo creo, porque no me arrepiento de nada de lo que he hecho y como un hombre de guerra (asi sea una simplemente espiritual) tan solo he de llamarlo: daño colateral... 134,136,137... dónde carajos está el timbre?



Ricardo.